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marți, 3 aprilie 2012

Para que no me entiendas

Afortunadamente, me callé a tiempo. Sigo pensando que tus pupilas empezaban por mis labios, pero nunca lo dije. Me acuerdo que con el sol tus ojos cambiaban de color y yo me imaginaba que cuadrillas de mujeres guapas iban por la calle gritando tu nombre.
Cuando te enfadabas con el mundo pasaba una cosa rara que nunca llegué a entender. Montañas, calcetines y cajas grandes de sal de los supermercados, los mismos supermercados y a veces incluso las puertas rotas de los edificios antiguos y los tejados de las casas sin dueños, se enfadaban conmigo y me llamaban insensata e inestable por no poder limpiar tus ojos. Nunca pude aclarar el color de tus ojos. Y nunca entendí por qué los edificios te querían tanto. Ahora que me acuerdo, a mí a veces me dolían las pestañas. Tenía frío y las estaciones de tren dejaban de ser agradables a las seis de la mañana. Y a pesar de todo, había un ruido claro y contagioso que me hacía volver siempre a tus manos, como si el único silencio que quedaba en el mundo estaba ahí, entre tu hombro y tu cuello, en aquel espacio bien delimitado por el que les sigo agradeciendo a tus padres. Afortunadamente, me callé a tiempo. Los dados cayeron de la mesa y nos fuimos cada uno a su casa llenos de palabras que yo pensaba que no había dicho y tú te sabías de memoria. 

Un comentariu:

Anonim spunea...

Fara cuvinte